Faena de fuertes féminas

 

Foto Carlos Sarthou
Foto: Carlos Sarthou. Archivo: Vicente Asensio Hervas

Es uno de los lugares donde las paredes -o los techos, o el cielo- han oído mucho, muchísimo. Y esto desde hace siglos. Los lavaderos pertenecen a la historia de los pueblos y sobre todo a la de las mujeres. Desde antaño, y en algunos lugares hasta hoy en día, no sólo han servido para lavar la ropa y los trastos voluminosos, sino también durante mucho tiempo fueron un importante lugar de encuentro para las mujeres. El centro cívico femenino donde sobre todo se trabajaba muy, muy duro, pero también se disfrutaba de la compañía de las demás, se charlaba, se intercambiaban las últimas novedades del pueblo, se buscaba y se daba consejos. Se reía, se comía, se cantaba…, en fin, todo lo que puede ocurrir a lo largo de un día. Porque a menudo las coladas duraban horas y horas…

Si la Real Academia define lavadero como “lugar utilizado habitualmente para lavar” bien hace, porque no siempre se trataba de un sitio especialmente adecuado. A menudo era el propio río o arroyo que pasaba por el pueblo, la acequia, un pozo o una fuente que sirvieron para emplearse a fondo contra polvo, manchas, grasa y demás. 

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A este pequeño mundo las mujeres solían venir cargadas no sólo con ropa sucia. También había que traer el jabón hecho en casa con sosa y grasa, cepillos y hasta raspadores. Y ya empezaba la ardua faena de restregar, enjuagar, enjabonar, frotar, clarear, retorcer, escurrir… Para blanquear la ropa, a veces se enjabonaba y se colgaba al sol durante todo un día para luego aclararla. Pero no siempre con este proceso se lograba el resultado esperado y entonces tocaba una faena aún más agotadora: la colada. Y es que aunque hoy se habla de “hacer la colada” como si de un simple lavado se tratara, originariamente “colar la ropa” significaba otra labor bien distinta.

Para limpiar y blanquear la ropa se aprovechaba la ceniza y su efecto “lejía”. Un proceso que era llevado a cabo en casa y para el cual se precisaba de muchas manos ayudando y de un coladero en forma de cesto de mimbre, cuba, tinaja, tina de piedra o incluso de un tronco de madera vaciado. Una faena fatigosa que en un libro de escuela para niñas de principios del siglo pasado se describía así:

La colada se hace, ordinariamente, como sigue: en un colador (generalmente una cuba de madera), con un agujero lateral cerca del fondo, se pone la ropa, pieza por pieza, lo más extendida posible. Se cubre la tapa o boca del colador con un lienzo fuerte y sin agujeros, y sobre ese lienzo se pone ceniza vegetal reciente y limpia de carbón. Entonces se echa agua caliente sobre la ceniza. El agua disuelve los álcalis que hay en la ceniza, se filtran a través de la ropa y se limpian. El agua o lejía que sale del colador se recoge, se calienta de nuevo y se vierte otra vez sobre la ceniza. La operación se repite durante diez, doce o más horas, según la cantidad de ropa, su clase, la suciedad que tuviere, etc. Después se saca la ropa, se aclara o lava en agua limpia y corriente, y se la seca al sol.

(“LA NIÑA INSTRUIDA: Fisiología e higiene aplicada a la economía, medicina y farmacia domésticas para su lectura en colegios de niñas” de Victoriano F. Ascarza, 1927)

Lo dicho. Nada que ver con “hacer la colada”. Y ya el didacta Ascarza debía haber pensado cómo animar a tan dura empresa y avisaba a las “niñas instruidas” que “la suciedad trae enfermedades, hace huir al marido y al padre de casa y atrae la desdicha”. Pues eso. Y aunque la primera lavadora -o lo que más se asemejaba- ya había sido inventada en el año 1691 por el ingeniero John Tyzacke y algo más tarde en 1779 le seguía la primera escurridora diseñada por George Jee, lavar la ropa durante siglos fue sinónimo de dejarse la piel.

Si aún hoy en día en algunos pueblos rurales se puede ver a mujeres refregando la ropa en las viejas losas de los lavaderos, puede que sea por cierta nostalgia, pero sobre todo hay un argumento práctico: Ningún programa de lavadora y ningún detergente dan una primera limpieza a la ropa sufrida en el campo como un lavado a mano. “Además, con esta ropa tan sucia, me rompería la lavadora”, explica una de las asiduas a las técnicas tradicionales. Y añade: “Luego va a la lavadora.”

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Aunque queden unas pocas defensoras del lavado a lavadero, ya hace tiempo que mucha agua pasa por ellos sin ser usada. Muchos se han perdido con el tiempo o han sido destruidos. Otros han sido restaurados y algunos han tenido que ser vallados para protegerlos porque por lo visto no todos entienden que los lavaderos son de los testigos más sabios de los pueblos.

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La Campanera de Jérica

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Vicenta y su madre, igualmente Vicenta, tocando las campanas. Foto: Ayuntamiento

 

A Vicenta no le gustaba hablar. Sin embargo, había un tema que casi la hacía enmudecer y entonces se tardaba mucho en romper el hielo para que ella abriese su maleta de los recuerdos y contara su vida como campanera de Jérica. Y es que hasta su muerte, esta torre campanario -hoy el mejor reclamo de la villa- le emocionaba más que a cualquier otra persona. La razón se encuentra en ese baúl de los recuerdos: Para Vicenta Mompó Aliaga esta torre durante muchísimos años no solo fue su hogar sino también su lugar de trabajo. Durante unos 30 años vivió, hasta bien entrados los años 70, en una vivienda de apenas 15 metros cuadrados y día tras día hacía sonar las campanas del pueblo. Ella era la campanera de Jérica, en aquel entonces una profesión en absoluto común para una mujer. Es más, la palabra “campanera” hasta hoy día no ha logrado entrar en el diccionario de la Real Academia de la Lengua. 

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Foto antigua de la torre. Fuente: Fotos Antiguas Alto Palancia.

La torre, único monumento de estilo mudéjar de la Comunidad Valenciana, hoy se abre en muy contadas ocasiones al público, se enciende un par de días a la semana como gran emblema del pueblo, pero muy pocos saben de la vida de su campanera. Una vida que, después de haber tenido que abandonar su querida torre, durante largos años transcurrió en una residencia del municipio vecino, Segorbe. Fue su segundo hogar que compartió con su hermana menor Victoria hasta su muerte. Oyendo a las dos hablar de su vida en la torre de Jérica, uno podía llegar a pensar que eran las difíciles condiciones las que a Vicenta le hacían mirar atrás con gran pesar… Pero no fue así.

Su vida en la torre se resumía en: 15 metros cuadrados para una familia de 4 personas – madre, padre, dos hijas- como vivienda diminuta ubicada entre un establo para el cerdo en el primer piso y un almacén de trigo en el tercero. Sin luz ni agua corriente, y un mero agujero como retrete. Para llegar había que subir una estrecha escalera de caracol – 20 escalones hasta la vivienda, otros 30 hasta el lugar de trabajo. Vivir en condiciones es otra cosa. Más aún teniendo en cuenta que Vicenta seguía viviendo así cuando a pocos kilómetros en la costa valenciana ya alborotaba el primer boom turístico.

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Casa-Museo de la antigua familia campanera.

 

Aunque el pulso de la vida en aquellos años 70 para Vicenta fuera totalmente otro, a ella que entonces tenía unos 40 años, no le preocupaba. A ella solo le importaba una cosa: que las campanas sonaran bien y a tiempo. Y justamente ahí se avecinó el problema que aún decenios más tarde le provocaba un nudo en la garganta al recordar aquellos momentos… Y es que después de 30 años de vida en la torre, fue la técnica la que puso fin a su trabajo como campanera. El repique de las campanas se mecanizó y se automatizó. A Vicenta no sólo le tocó el paro, sino también tuvo que abandonar su querida torre. “He llorado durante días”, contaba en un encuentro pocos años antes de morir. Cuando las campanas por primera vez sonaban con el único esfuerzo de la técnica y la electricidad, para Vicenta se derrumbó su mundo. “Desde entonces nada fue como era”, recordaba con cara seria y unos ojitos redondos llenos de decepción, para acto seguido avisar con tono firme y gesto brusco a su hermana: “Ya hemos hablado bastante, ¡vámonos, Victoria!”

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Vicenta y Victoria en el jardín de la residencia en Segorbe.

 

A Victoria, sin embargo, le encantaba hablar de la torre. Quizás porque sólo fue su casa durante unos pocos años y así le era más fácil permitirse cierta nostalgia. “Con doce años me mandaron como sirvienta a una casa de una señora en Valencia”, rememoraba el momento cuando la torre para ella se convirtió en estancia de fin de semana. Hablando señalaba una inmensa foto de la torre sobre su cama. Un regalo de unos vecinos. Vicenta no lo quería ni ver.

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Balcón de lujo con vistas de torre a torreta.

 

Originariamente, recordaba Victoria, su familia había vivido en la parte baja del pueblo. Con el inicio de la guerra civil huyeron a Valencia y cuando volvieron, “de nuestra casa sólo quedaban escombros”. En el año 1947 les ofrecieron la torre como hogar, ya que el padre era el campanero del pueblo y, ¿por qué no vivir casa rural shariquadonde ya se trabajaba? Rápidamente la pequeña Vicenta se entusiasmó con el toque de campanas, aprendió el del ángelus, de fiesta, de arrebato, de difuntos… Sabía distinguir entre entierros para hombre, mujer, niño, adulto, rico o pobre. La niña que de pequeña había sufrido una infección cerebral y casi no había acudido a la escuela, había encontrado su pasión. Tanta pasión que cuando su padre Basilio murió nadie dudaba que sería ella la nueva encargada de tocar las campanas y darle cuerda al viejo reloj de la torre.

En la vida cotidiana las campanas se tocaban “cómodamente” desde la cocina donde ya la madre de Vicenta varias veces al día había cambiado la cuchara de cocina por el oficio de campanera. Una larga cuerda que pasaba por unos agujeros atravesando varios pisos lo hacía posible. Sólo para acontecimientos importantes había que subir arriba y en casos concretos poner en marcha hasta la campanacasa rural shariqua “La Mayor”. Ocasiones en que Vicenta necesitaba ayuda para poder mover los 2.600 kilos de campana sonando por ejemplo en un “entierro general” de personalidades importantes o jericanos acomodados. “Pero esto pasaba pocas veces”, recordaba la anciana, “la mayoría eran pobres y por lo tanto sólo había entierros sencillos.” En estos casos, por siete pesetas Vicenta hacía sonar dos campanas más pequeñas. “Ton-ton-tin-ton.” Sólo cuando alguien le era muy cercano y querido, tiraba un par de veces más del cordón. “Pero en seguida alguien del pueblo se daba cuenta y se quejaron”, recordaba y una tímida sonrisa iluminaba su rostro.

De esto ya han pasado unos años en los cuales las campanas también anunciaron la muerte de Vicenta y Victoria. Años en que el “vole”, el volteo manual de las campanas, durante las fiestas de Jérica recuerda cómo suenan estos instrumentos musicales cuando se mueven con pasión. Quien en esta ocasión tenga la suerte de echar un vistazo a la antigua vivienda de Vicenta y Victoria – hoy convertida en casa-museo- podrá ver la foto de la primera mujer que en Jérica tocaba las campanas como si le fuera la vida en ello.

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El volteo de campanas durante las fiestas tiene una larga tradición en Jérica. Foto: Ayuntamiento

 

 

 

 

 

Olfateando

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Habrá pocos que después de visitar las venideras Ferias de Trufa en El Toro y Sarrión se lleven el producto estrella a casa. Razones las hay varias. A la mayoría de los visitantes les asustará el impresionante precio que hay que pagar para convertirse en dueño de un “diamante negro” – o de sólo un trocito. Ante el ineludible desembolso, a otros les podrá el respeto y el miedo a fallar en la utilización del apreciado “fungi”. Aquí cualquier error sí que sale caro. Y los más escépticos simplemente no pueden creer que esta bola fea, rugosa, amorfa y con olor a las profundidades más profundas de la tierra sepa bien.

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Da igual, aunque uno no compre trufa, las dos ferias prometen. Sea por olfatear una trufa, dar el primer paso al mundo del “Tuber” comprando patés, huevos, aceites, salchichas… refinadas y aromatizadas con trufa, dejarse seducir por los puestos llenos de productos de la tierra, disfrutar de las degustaciones, las charlas informativas… y -en la feria de El Toro- de un espectáculo único: la demostración de la caza de trufa a patas y morro de un jabalí.

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Evidentemente no de un jabalí cualquiera, sino de Nina, a su vez nieta de la famosa Cochi que durante años feria de trufa9_casa rural shariquase hizo un nombre como jabalina experta e incasable en la búsqueda de trufas. Lo hizo de la mano de Serafín Izquierdo que acostumbró a Cochi a meter el morro en la tierra desde muy jabata. Una historia de éxito que continuó con Nina que debutó boyantemente el año pasado. Ah, por los que sí compréis (un trozo de) trufa y luego os acerquéis a ver a la jabalina: Evitar guardar la compra a la altura del órgano de olfato del animal y sobre todo cerca de partes apreciadas del propio cuerpo. Es que Nina no perdona…

La Feria de la Trufa de El Toro se celebra este fin de semana del 29 y 30 de noviembre, la de Sarrión una semana más tarde.

Tapeo para perezosos

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Cuando este fin de semana se termine la “Ruta de la Tapa” en Segorbe, que no cunda el pánico, nadie tiene que quedarse sin un pequeño tentempié más bebida por el módico precio de 2,50 euros. En Jérica la idea ha gustado tanto que toma el testigo y organiza su primer “Fin de Semana de la Tapa”. Un total de 10 bares y restaurantes van a crear una tapa especial para el evento y quien sea capaz de tomarse 10 de ellas, entre el 21 y 22 de junio, podrá depositar su “cartón del tapeante” en un bombo de la suerte: Al final del fin de semana suculento se sorteará una cena entre los participantes.

Será una ruta hasta para el más perezoso, ya que nueve de los diez establecimientos se encuentran en la misma calle a lo largo de unos 200 metros. Para llegar al décimo, nos espera un bonito paseo por las huertas hasta Novaliches, la pequeña pedanía de Jérica. ¿Te apuntas?

Aroma rural

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Huele a fiesta, a feria y a animales, a miel, torrijas y paella, en fin, huele que alimenta y abre las ganas de pasar una horas feria barracas1_casa rural shariquaagradables, tomarse un baño de masas o recordar viejos tiempos: Barracas celebra su “IX. Feria agrícola, ganadera, de caza y tiempo libre” que durante este fin de semana del 14 y 15 de junio convertirá a ese pequeño pueblo en un hervidero de todo tipo de gente con un denominador común: el amor al campo.

Habrá exposición de animales varios entre los cuales no faltarán ni impresionantes toros, ni inquietos podencos, ni dulces ovejitas, ni fieros jabalíes (aunque duerman la siesta), feria barracas6_casa rural shariquahabrá puestos con productos típicos de la región, demostraciones de tiro y arrastre, de aves rapaces o de caza en directo.

Tampoco faltarán los variopintos Seat 600 -un encuentro de nostálgicos fieles a la feria desde hace años- o las motos antiguas. Y desde luego habrá degustaciones de platos típicos en los bares y restaurantes del pueblo y la tradicional comida popular del domingo a mediodía. ¿Te animas?

 

Cita saludable

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Por 15ª vez en Viver se celebra un evento especialmente saludable: Este fin de semana la Feria del Aceite invita a conocer el oro líquido del Alto Palancia, a degustar platos elaborados con el aceite virgen extra de la localidad, interesarse por los efectos positivos de este alimento y sorprenderse de la multitud de formas cómo emplearlo. Es una feria entretenida, familiar y en un ambiente especial con telón de fondo el bonito parque La Floresta.

A lo largo de los dos días de feria se podrán visitar los puestos con productos a base de aceite, con alimentos regionales y artilugios acorde al evento como una máquina para hacer ajoaceite, morteros, mazas… La “máquina milagro” sin embargo no le podrá hacer competencia a Vicente Monleón, el maestro (extraoficial) del ajoaceite del Alto Palancia. Como todos los años será el encargado de elaborar litros y litros de esa salsa legendaria que luego se ofrecerá en crujientes rebanadas de pan al público.

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También habrá música – el sábado, 31 de mayo, “Noche de Rondas”, el domingo “Sevillanas” -, una demostración de cocina (con aceite de oliva ;-)), una visita guiada al pueblo y a la cooperativa, un concurso de lanzamiento de hueso de oliva… En resumen: Pequeños eventos que invitan a acercarse, conocer el pueblo, tomarse una tapa y pasárselo bien.

PD: Para todos aquellos que dudan en aprovisionarse del buen aceite de nuestra zona, no nos podemos resistir en abusar de la “Wikipedia” que habla de la variedad de aceituna de la que disfruta el Alto Palancia: “La serrana, variedad del Alto Palancia y del Alto Mijares en las estribaciones de la Sierra de Espadán en el interior de la provincia de Castellón da uno de los mejores aceites extra vírgenes españoles actualmente premiados en certámenes internacionales, y nacionales, su color es dorado verdoso, con un gran cuerpo, y sabor muy afrutado.”

De vez en cuando un “copia y pega” da un gusto…

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Paco Roca visita Jérica

los-surcos-del-azarLos surcos del azar empieza justo donde acaba la guerra civil. Paco Roca ha abordado en una de sus obras más ambiciosas —quizás la que más— la historia de la Nueve (…), formada en gran medida por españoles, por luchadores del bando republicano que tuvieron que huir de España tras la derrota. La historia de Los surcos del azar es la de un desgarramiento muy profundo, el que sólo tienen los perdedores, ese puñado de anarquistas, comunistas y republicanos en general que, llenos de rabia, se negaron a dejar de luchar contra el fascismo.”

Así reseña el historiador Gerardo Vilches la última novela gráfica de Paco Roca (Valencia, 1969). Lo que piensa el autor sobre su obra, su trayectoria, sobre la España de entonces y sobre la España de hoy se puede escuchar este sábado, 29 de marzo, en Jérica donde Paco Roca presenta su libro “Los surcos del azar” en paco rocacompañía del historiador José Luis Morro. 

La lista de premios que ha ganado Roca es casi igual de larga que la de sus publicaciones y colaboraciones desde que en 1990 empezó con ilustraciones para revistas. En 1998 se sumergió de pleno en el mundo del cómic, su más exitosa forma de expresión que le ha llevado a tratar temas tan diversos como el arte, la guerra, enfermedades como al alzheimer, las absurdidades de la sociedad actual o la vida de los dibujantes de cómic en la España franquista. 

La charla de Paco Roca  -enmarcada dentro de los eventos con ocasión del 75º aniversario del final de la guerra civil en el Alto Palancia- empieza a las 19.30 horas en el Centro Socio Cultural El Socós.

Primavera con truco

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¡¡¡P-r-i-m-a-v-e-r-a!!! Hoy a las 17.57  horas va a llegar el gran momento de una de las estaciones más emocionantes del año. Más luz, más sol, más flores, más alegría. ¡¡Y esto durante 92 días y 18 horas!! Pero también nos encontramos con un intríngulis: ¿Cómo es que la primavera empieza ya el día 20 de marzo y no el día 21? Los motivos se encuentran en el calendario gregoriano y los caminos del sol. ¿Quieres saber más? ¿Preparado/a para algunos cálculos? Pues bien: Para que la gran estrella anuncie la primavera según la explicación oficial “el centro del Sol, visto desde la Tierra, cruza el ecuador celeste en su movimiento aparente hacia el norte. Cuando esto sucede, la duración del día y la noche prácticamente coinciden, y por eso, a esta circunstancia se le llama también equinoccio de primavera”. Bueno, habrá que creérselo.

Pero ahora vienen los cálculos: Es sabido que el sol no suele saltarse sus costumbres. Pero, por lo visto, los calendarios sí se saltan algún que otro día. El motivo: Como de un inicio de la primavera hasta el otro no pasan exactamente 365 días -los que ofrece el calendario gregoriano-, sino otras 5 horas, 48 minutos y 45 segundos más, nos encontramos con un pequeño problema. Un problema que año tras año se hace más grande y, suma sumando, a los 4 años retrasaría la primavera en casi un día: para ser exactos en 23 horas y 16 minutos. Y ahí va el primer truco: Cada cuatro años, en los así llamados años bisiestos, se intercala un día. Con esto casi se arregla el asunto, pero sólo casi, ya que sobran 44 minutos (véase arriba). 44 minutos aunque sea sólo cada 4 años, también a lo largo de un siglo suma… hasta llegar a un día entero, con lo que la primavera -y con ella las demás estaciones- de nuevo se alejarían del año astronómico. 

Hace falta otro pequeño “truco” en el calendario gregoriano para corregir este dilema y acoplar el año calendario de 365 días al año astronómico de 365,25 días: Cada tantos siglos no se celebra un año bisiesto. ¿Cuándo se dará eso? Habrá que esperar hasta el  año 2100 para que no haya día intercalado y el inicio de la primavera vuelva al día 21 de marzo. ¿Fácil, no ;-)?

Resumiendo: Para los próximos decenios podemos hacernos la idea de que la primavera se inicia el día 20 de marzo. Y en el año 2048 incluso el día 19. Pero antes de mirar tanto al futuro, primero toca disfrutar de estos 92 días que según dicen nos van a “alterar la sangre”. Días para disfrutar del despertar de la naturaleza, de temperaturas ideales para las excursiones, de noches ya templadas, de un Marte más visible y muy brillante, de Júpiter como “lucero vespertino” y Venus de “lucero del alba”, de tres lunas llenas…

En fin de la p-r-i-m-a-v-e-r-a.

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Pasiones, progres y perdedores

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Jaime I.

¿Os acordáis cuando os hablamos de uno de los posibles motivos ocultos de Jaime I para reconquistar Jérica? ¿Un motivo amoroso que más tarde iba a llevar al primer matrimonio progre del pueblo? Y, si además os contamos que Jaime y su querida no fueron los únicos liberales enlazados con Jérica, sino que la propia Duquesa de Alba…

Pues sí. Aquí van los hechos: A Jaime I. (1208-1276) se le conoce sobre todo por su gran afán conquistador – tanto territorial como amoroso. Lo último no tanto por sus dos esposas (oficiales), sino por sus numerosas amantes entre las que se encuentra también una de las protagonistas de nuestra historia: Teresa Gil de Vidaurre, una joven de origen navarro y, por lo que se cuenta, no sólo de enorme belleza sino también con las ideas bastante claras. Así que cuando Jaime -camino a Valencia- empieza a tirarle los tejos, antes de pasar a mayores, la joven le arranca una promesa de matrimonio ante testigos. Bien hecho, ya que se sabe que los reyes de entonces (y algunos de hoy) no se tomaban muy a pecho las relaciones sentimentales y mucho menos aún sus consecuencias. Además, el conquistador ya se había desprendido de su primera mujer, Leonor de Castilla, que había esposado a la tierna edad de 14 años para a los 20 arrancarle la anulación al papa Gregorio IX.

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Violante de Hungría.

Y tampoco Teresa iba a tener mucha suerte: A pesar de las promesas, en 1235 Jaime I se casa con Violante de Hungría. Un matrimonio que dura hasta la muerte de ella en el año 1253 – años que Jaime no sólo había aprovechado para agotar a su esposa haciéndole nueve hijos, sino también cansándola con sus amoríos con la bella Teresa. Muerta la reina, para Teresa y su rey finalmente empiezan los años de perdices. La pareja de hecho empieza a viajar, viven juntos y Jaime no sólo le regala a su “reina” dos hijos -uno de ellos el futuro Jaime de Jérica-, sino también la obsequia con varios voluminosos presentes – entre ellos el castillo de Jérica y varias villas en los alrededores.

Sin embargo, lo que no llegaría nunca era la legitimación del matrimonio ante la iglesia. LLámese despiste, mente progre o demasiada confianza, el hecho es que Teresa se iba a arrepentir profundamente cuando Jaime (padre), ya en estado de cincuentón, vuelve a sacar su vena conquistadora. Esta vez le toca a Teresa el papel de aguantavelas y ante el obvio enfado de ella, Jaime  quiere asegurarse la vía libre por parte de la iglesia para casarse con su nuevo amor. Pero no había contado ni con los mandamases del Vaticano ni con su ex-pareja: Teresa viaja a Roma para defender su “matrimonio” ante el Papa y ocurre un milagro: El pontífice -y más tarde también su sucesor-  se pone de lado de la mujer y manda a paseo al rey. La sentencia: Donde hay dos hijos ha habido algo más que manoseo…

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Los restos de Teresa Gil de Vidaurre.

Aunque a Teresa el apoyo papal no le sirve para gran cosa – se muere sola en un monasterio que ella mismo fundó -, Jaime, ya con los días contados, al menos legitima a sus dos bastardos y en 1272 hace donación en testamento a su hijo Jaime del Castillo y la Villa de Jérica.

Gran paso adelante: Quien probablemente ni se acuerda de sus lazos con el pueblo, es la otra progre de nuestra historia: María del Rosario Cayetana Paloma Alfonsa Victoria Eugenia Fernanda Teresa Francisca de Paula Lourdes Antonia Josefa Fausta Rita Castor Dorotea Santa Esperanza Fitz-James Stuart y de Silva Falcó y Gurtubay -vamos, la Duquesa de Alba, probablemente una de las abuelas más modernas del país.

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Cuadro de la exposición “La Duquesa pop”.

Con Jérica le une uno de sus innumerables títulos nobiliarios que se creó en el año 1707: el Ducado de Liria y Jérica. Hasta que en 1955 ella toma las riendas como primera mujer en el cargo, le habían precedido diez duques de la familia Fitz-James Stuart.

Aunque es probable que no sepa mucho ni de Jérica, ni de su historia, seguro que una cosa le haría mucha ilusión: Como luchó Teresa Gil de Vidaurre por su matrimonio…

Hay que mancharse

calçotada3_casa rural shariquaSin duda alguna, es una comida rara. Los cocineros triunfan cuando se haya socarrado totalmente, mientras que los comensales les calçotada2_casa rural shariquapiden prestados los guantes para poder comérsela. Es lo que tiene una buena Calçotada. Hay que mancharse para disfrutar de un manjar más que especial: Cebollitas tiernas chamuscadas a fuego vivo y degustadas con una salsa riquísima. Eso sí: No (se) sirven ni tenedor ni cuchillo, va a mano (primero) limpia. Un divertimento que cada vez tiene más adictos, no sólo en la zona originaria del Calçot arriba en la lejana Tarragona, sino también en Jérica, donde desde hace muchos años la Asociación Gastronómica Cantharellus se ocupa de prepararlo. Este año la “Calçotada popular y juegos tradicionales” se celebran el sábado, 8 de marzo, en el precioso paraje de Randurías.

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calçotada6_casa rural shariquaCuando se asoma la primavera y los árboles en el jardín botánico al lado de la fuente de Randurías sacan sus primeras hojas, llega el gran momento: Unos hombres denodados encienden una gran barbacoa, mientras otros llegan con cajas y cajas de cebolleta.

No una cualquiera, sino la cebolleta blanca Allium cepa L., más conocida como calçot y protagonista de una de las comidas más originales de España: La Calçotada.

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Un festín para el cual los calçots son abrasados sin piedad hasta que su capa exterior sólo se merezca el distintivo de “carbonizado”. Si en otras circunstancias esto sería motivo más que suficiente para que a los cocineros responsables les entrara un ataque de nervios, en la calçotada ellos se arman de guantes y valor, sacan los calçots del fuego y los llevan – no sin obvias señales de orgullo – para que sus ayudantes los envuelvan en papel de periódico. 

calçotada5_casa rural shariquaEn manojos bien empaquetados llegan a las mesas donde empieza el show: Sin ninguna ayuda exterior, o sea, nada de cubiertos, los comensales quitan la capa chamuscada de la cebolleta, untan el tallo en una sabrosa salsa romesco y – nada para ánimos sensibles – lo “engullen” al estilo cigüeña hasta que haya desaparecido por completo camino al estómago. A medida que éste se llena, las manos parecen las de un carbonero. Digo las manos, por decir algo. Porque según qué técnica, las huellas aparecen por cara, cuello y camisa… 

No cabe duda. La Calçotada probablemente es la única comida irresistible que no es para chuparse los dedos. Nadie va a hacer una buena figura, sin embargo todos disfrutan de lo lindo. ¿Te casa rural shariquaapetece? Pues inscribirse vale 20 euros y da derecho a pringarse sin compasión, disfrutar no sólo de calçots, sino también de los tradicionales acompañamientos como panceta, longanizas, morcillas, chorizos, güeñas, pan, naranja, crema catalana, vino, cerveza, café y licores. Para apuntarse, pinchad aquí para contactar con la Asociación Cantherellus.

La comida empieza a las 15.00 horas. Para coger ideas de cómo preparar la siguiente Calçotada en casa, acudir unas horas antes ;-).