El caqui no es un fruto de medias tintas. O te gusta o no te lo comes ni regalado. Y es que su pulpa dulce y blanda no sólo exige ciertas habilidades para comérsela sin que manos, platos, manteles e incluso camisas se lleven lo suyo, también extraña al paladar por su textura algo gelatinosa y pegadiza. Peor aún, si pillas un caqui no del todo maduro, su carácter astringente dejará huellas perpetuas en cada uno de los nervios gustativos.
Lo dicho, o gusta o repugna. Y probablemente el porcentaje de la población “caqui repelente” sea el mayor.
Nuestro cliente, llamémoslo M., claramente no pertenecía a este último grupo. Ya podíamos ofrecer para el desayuno pera, melón, piña, uva… M. sólo quería caquis. Y no dudaba en afirmar que eran “los mejores que había comido nunca” y que en su país, Alemania, jamás había visto unos frutos tan rojos, tan sabrosos…
Evidentemente nuestro huésped había llegado en el momento justo para poder comerse todos los caquis que quería y más: El Alto Palancia está en plena cosecha y también el árbol de nuestra huerta demuestra una asombrosa, por no decir alarmante, productividad. Conociendo los caquis sólo en bandejas de supermercado, M. casi no se podía creer que los brillantes ejemplares que le endulzaban los desayunos habían sido cogidos poco antes de nuestra huerta. Aún menos se lo podía creer cuando le invitamos a abastecerse de caquis – aún no del todo maduros – para llevárselos a su país natal.
Dicho y hecho. Con una sonrisa de oreja a oreja, escalera en hombro y ayudado por su compañera, M. se puso manos al árbol. Rápidamente los dos hanseáticos llenaron una caja para llevarse un sabor muy altopalantino a más de 2.000 kilómetros en dirección norte. Si esto no es una perfecta colaboración “alemán-española”…
M. se llevó un recuerdo muy dulce de su estancia en Jérica y en Sharíqua, nosotros hicimos felices a nuestros huéspedes y, todo hay que decirlo, nos liberamos de una pequeña parte de la producción de nuestro caqui fuera de control ;-).