Hay que tener suerte y, también, mala suerte. Suerte para encontrarlas, especialmente este año que parece que no quieran asomarse. Mala suerte para pillar justamente una de las 150 venenosas de un total de más de 5.000 tipos conocidos en toda Europa Central. Hablamos de setas, esos objetos del deseo que estos días hacen rastrear los bosques y prados a miles y miles de coleccionistas. Todos ellos “seteros” apasionados a los que este año se les exige especial paciencia. Aún no ha llovido casi nada y boletus & Co. se hacen rogar.
Pero como prometimos hablaros de sitios en el Alto Palancia donde en otoño más que nunca vale la pena pasearse por los bosques, aquí va una primera orientación: Los robellones -los más fáciles de encontrar- se esconden en bosques de pino y pino-carrasca o pino-alcornoque. Además en estos tipos de bosques también se pueden encontrar llanegas negras. Las graciosas setas de chopo no sólo se acoplan al árbol en cuestión, sino también se sienten a gusto en troncos de olmos, latoneros e incluso en higueras.
Tanto la Sierra Espadán con sus preciosos alcornoques como las sierras y prados de El Toro, Pina de Montalgrao y Barracas, de Torás y Bejís son terreno de setas de cardo y paraguas. Y quien se decanta por los sabrosos rebozuelos, debería concentrarse en la Sierra Espadán.
Para curarse en salud, los aficionados hacemos bien en ir acompañados de un experto o como mínimo de un buen libro de micología. Ya que todo lo que se pensaba válido para detectar una seta venenosa se ha demostrado inútil – con todas sus consecuencias nefastas: Ni una cucharita de plata que se vuelve negra en la cazuela de setas, ni las setas que se vuelven azuladas al cortarlas son indicio de toxicidad. Tampoco vale la tesis del famoso médico griego Pedanius Dioscurides (40-90 a.C.) que simplemente tachaba de venenosas todas las setas que crecían al lado de clavos oxidados, madrigueras de serpientes, “trapos podridos” y árboles con frutos tóxicos … Y que a nadie se le ocurra machacar las entrañas y el cerebro de un conejo y tragárselo con agua azucarada para contraatacar en caso de envenenamiento – un tratamiento medieval igualmente inútil ¡y repugnante! – que se habían inventado al ver que los conejos podían comer sin consecuencias algunas setas para el hombre irremediablemente mortales.
Aunque el riesgo intrínseco de la pasión por la recolección de setas es considerable, hay que madrugar para ser de los primeros en rastrear los bosques y llenar la cesta. Y no sólo hay recolectores de dos patas. La competencia sobre todo en el Alto Palancia puede ser realmente bestial… siempre y cuando uno se adentre en “terreno Cochi”.
Cochi es una imponente jabalina de unos 120 kilos de peso que a la tierna edad de pocos meses fue encontrada por Serafín Izquierdo, ex alcalde de Pina de Montalgrao, y que desde entonces le acompaña en la búsqueda del hongo más prestigioso: la trufa. El “Tuber” crece en bosques de encina y a partir de unos 800 metros de altitud, así que Pina, El Toro y Barracas son terreno ideal para esa “delicatessen” de los subsuelos.
Cochi desde hace tiempo no sólo anda por los bosques cerca de su establo, también demuestra sus habilidades en meter la nariz donde nadie más puede en ferias “trufícolas” como las de El Toro en noviembre o de Sarrión en diciembre. Reputación obliga. Y puestos a impresionar, Cochi incluso removió la tierra para cocineros estrella como Juan Mari Arzak y Karlos Arguiñano.
Pero bien, primero vamos a intentar divisar algún que otro rebollón o paraguas. Lo de las trufas sí que es faena de expertos y expertas “bestiales”.