Estos días el pequeño paseo de Sharíqua a Jérica puede durar más de lo normal. Incluso mucho más. En compensación se hace infinitamente más dulce. La “culpa” la tienen las higueras que bordean el sendero y que ahora están a rebosar. Llevan frutos de distintos tamaños, aún verdes, tímidamente morados o con un color violeta que enamora. Ya a distancia seducen con su exótico aroma a paraíso, ese lugar lejano con que quedarán eternamente asociados después del lapsus alimenticio de nuestros antepasados biblicos.
Pero lejos de presentarse como un fruto prohibido, los higos casi caen en la mano, quieren ser degustados aún durante el camino, animan a un improvisado picnic con vistas al pueblo o – una vez de vuelta a casa – garantizan una excursión culinaria rápidamente preparada: Al higo le sobra con un poco de queso, algo de jamón, unas nueces… y ya se ha convertido en un irresistible manjar.
Para todos aquellos que cara a cara con estas bombas energéticas de procedencia oriental se dan cuenta que están más preparados para ir a la frutería de la esquina que saber cuál higo colgado de estos impresionantes arboles ya está listo para ser comido, aquí va un viejo refrán popular que con drásticas comparaciones despeja cualquier duda. Y dice así: “El higo debe tener el cuello del ahorcado, ropa de pobre y ojo de viuda.” Que con palabras algo más amables no quiere decir otra cosa que el rabo del fruto debe estar seco, la piel arrugada y al abrirlo debe desprender una lágrima de almíbar.
Y ante tanta fruta casi caída del cielo, qué tal si probáis una receta que estrenamos el otro día y que en combinación con cualquier queso es todo un descubrimiento: Mostaza de Higo.
Los ingredientes los encontráis en “Sharíqua presenta”.