Claro que oyen

Ya se sabe, la huerta es lugar de discrepancias. Preguntas como cuándo plantar, qué tipo de tomate, cómo podar, cuántas veces regar… pueden llenar tardes enteras de controversias y acaloradas discusiones. ¿Y el abono? Ahí el consenso es casi un imposible. Y mientras nosotros empujamos carretillas y carretillas de estiércol ecológico a nuestra huerta y la alimentamos con nuestro compost, notamos esos ojos críticos de nuestros vecinos agricultores y escuchamos sus sabios consejos: Que hace falta más fertilizante, que algún que otro saquito de abono no tan natural no estaría mal, que las plagas no se van solas… Es difícil convencerles de nuestro agro-comportamiento, pero es fácil dejarles boquiabiertos e incrédulos. Es el momento cuando añadimos: “Sí, pero a parte del estiércol, también les hablamos a las plantas.” Dicho con una gran sonrisa deja el suficiente espacio para tomarlo tanto como una broma como una locura o una fuerte convicción. La reacción de los veteranos del campo suele ser la misma: “Nada que hacer.”

Y mientras nos toman como caso perdido, ahí la tenemos, la prueba. En nuestra propia huerta: Es nuestro níspero y sabe oír. Cierto que hace ya decenios que cada vez más científicos investigan sobre los sentidos de las plantas y la neurobiología vegetal provoca una sorpresa tras otra, pero verlo con tus propios ojos… Y eso que nuestro árbol no nos ha demostrado -aún- aptitudes como el maíz, chasqueando con sus raíces y orientándolas hacía lugares zumbantes. No. Tampoco sabemos si sería capaz de defenderse como un tomate que ante un ataque comilón de alguna oruga llena sus hojas con sustancias agrias y además desprende un aroma avisando del peligro a sus compatriotas.

Nosotros más bien nos acogemos a Darwin, ese excelente científico naturalista que ya hace más de cien años se pasó toda una tarde tocando la trompeta en un jardín para ver si las plantas reaccionaban. Bien es verdad que el resultado ante las entonces posibles mediciones fue nulo, pero eso no le hizo dudar en publicar su hipótesis sobre el “root-brain”. Y exactamente eso lo debe tener nuestro níspero. Un cerebro. En él procesó lo que tuvo que oír a finales del año pasado cuando hablando de su miserable rendimiento, nuestro cuñado Pulgarcito nos sugirió: “A veces simplemente no funcionan y hay que quitarlos.” Una sentencia de muerte que tuvo sus frutos. ¡Y cuántos! Este año nuestro níspero ha producido tanto como nunca en su vida.

Lo más seguro es que -otro de los descubrimientos de la neurobiología vegetal- haya sentido un miedo inhumano y se haya puesto las pilas. Prueba suficiente para enterarnos de más cosas de este campo científico. Quizás es pronto para confirmar que sabe hacer cálculos, recordar cosas, aprender… Pero, sabiendo que sabe oír, porque no ponerle un poco de música para que crezca más a gusto. Todo un clásico entre los que defendemos las sensibilidades de las plantas.